...¿Qué razón existe para no hablaros crudamente según mi vieja costumbre? Responded, ¿es la cabeza, el rostro, el pecho, la mano, la oreja u otra parte cualquiera del cuerpo, de las llamadas honestas, la que tiene la virtud de reproducir a los dioses y a los hombres? Si no estoy equivocado, me parece que no, y más bien es otra parte tan loca, tan bufona, que no es posible nombrar sin reírse. Tal es el sagrado manantial de donde procede la vida con un poco más de seguridad que del cuaternario de Pitágoras. Aquí entre nosotros ¿quién ofrecería su cabeza al yugo del matrimonio si hubiera pesado juiciosamente, como deberían hacerlo los sabios, las desventajas de este estado? ¿Habría mujer que acogiera a su marido, si los dolores del parto y los cuidados de la educación fuéranle conocidos, o solamente si reflexionara acerca de ellos?...
¿Cómo sería la vida, si le quitáramos el placer? veo que me aplaudís; ya sabía que ninguno de vosotros era lo suficiente cuerdo, o mejor, lo suficiente loco -¡vaya, me equivoco!-, quiero decir, lo suficiente cuerdo para no ser de mi opinión. Los mismos estoicos vuestros no desdeñan el placer aunque lo disimulen con cuidado; en público jamás dejan de injuriarlo; mas no conviene ver en esto más que una hábil maniobra para alejar a los demás del pastel, con el fin de que les corresponda mayor bocado. ¿Osarían sostener estos hipócritas que haya un sólo día en la vida que no sea triste, monótono, insípido, lleno de enojos y de disgustos, salvo que el placer, es decir, la Locura, no concurra a poner en él su granito de sal?...
Sin embargo, quiero ir más allá. Quiero demostraros que no existe una acción brillante que yo no inspire, ni artes o ciencias que no sean de mi invención. ¿La guerra no es el teatro de los hechos más ensalzados y el tiempo donde se crían los laureles? Y no obstante, ¿hay locura mayor que complicarse en una lucha muchas veces sin saber por qué, aunque sin desconocer que ambos bandos han de perder más de lo que ganen? Los que mueren son como las gentes de Megara: no se los puede contar. Cuando dos ejércitos se hallan frente a frente, cuando resuena el clarín ¿de qué servirían esos filósofos gastados por el estudio y débiles hasta por sacar un suspiro de su sangre helada? ... los proxenetas, los aldeanos, los estúpidos, los desarrapados, resumiendo: aquellos que se llaman la hez del pueblo, son suficientes y hasta sobran para tomar los laureles que no alcanzarán los más eximios filósofos...
En resumen, si, como Menipo, pudieseis mirar desde la luna, el oleaje enorme del género humano, supondríais estar viendo un enjambre de moscardones y mosquitos, peleando entre sí, luchando, tendiéndose lazos, robándose, mofándose unos de otros, y, en fin, naciendo, enfermando y muriendo incesantemente. Nadie podría imaginar los trastornos y las desdichas de que es capaz un animalillo tan pintoresco y vil y de vida tan efímera como es el hombre. En un combate, o bajo el azote de una peste, se aniquilan y desaparecen en breve lapso millares de personas...
Y yo misma demostraría una locura suprema y me haría acreedora a las carcajadas de Demócrito, si pretendiese contar todas las formas de necedad y de locura que son comunes al vulgo. Solamente, pues, quiero tratar de aquellos mortales que gozan el concepto de sabios y han alcanzado los laureles de Minerva, según los que les rodean.
Se destacan entre todos los gramáticos... A la misma calaña pertenecen los escritorzuelos que corren tras de la fama perenne, componiendo libros; mucho me deben todos ellos, en especial aquellos que emborronan el papel con verdaderas majaderías, porque respecto de los otros, de los que escriben doctamente por resultar gratos a un corto número de eruditos, y que no rechazarían para críticos suyos a Persio y Lelio, los creo más bien dignos de lástima que acreedores a la envidia; viven en una perenne tortura; añaden, modifican, cortan, vuelven a poner, rehacen, insisten, reservan nueve años su manuscrito, como dice Horacio, antes de resolverse en publicarlo, y, por último, ni siquiera así están satisfechos por completo...
En cambio, el escritor que me pertenece por completo es mucho más feliz, porque ¿hay más dulce locura que la suya, ya que sin trabajo y sin pasar las noches en claro escribe rápidamente todo lo que piensa, lo que acude a la punta de su pluma y lo que sueña, sin otro gasto que un poco de papel? Perfectamente sabe él que uantas más locuras escriba más ensalzado será por la multitud, es decir, por los ignorantes y por los tontos. ¿Qué puede importarle que tres o cuatro sabios le desprecien, si por casualidad aciertan a leerle? ¿Qué significa el parecer de estos hombres ante el tributo de la multitud que lo aplaude?...
Pero veo que estáis esperando una conclusión, mas ¡qué archilocos sois si pensáis que me acuerdo de una sola palabra de todo el fárrago que os acabo de soltar. Dice un viejo adagio: "Odio al convidado que posee buena memoria". Aquí tenéis uno nuevo:"Aborrezco al oyente que recuerda todo". ¡Adios, pués! ¡Continuad bien, aplaudid, vivid y bebed, ilustres prosélitos de la Locura!...